Monasterio
de Santa María de Sigena. El apogeo
El monasterio de
Sigena, que se fundó sobre unos terrenos desérticos que pertenecían a la Orden Militar de San
Juan de Jerusalén (o de Malta), no fue solamente un lugar de recogimiento y
oración, sino también un foco de poder y riqueza desde el que las monjas, con
su priora a la cabeza, ostentaban el poder feudal sobre los habitantes de una
zona que llegó a extenderse a lo largo de más de 70.000 hectáreas .
Las donaciones que
recibía el monasterio y sus propias fuentes de financiación se materializaron
en un verdadero monasterio-palacio que se convertiría en el más importante
monumento de la Corona
de Aragón, sede de su Archivo, y muestra visible de la magnificencia del reino,
y para cuya construcción se llamó a los mejores arquitectos, pintores y
escultores de Europa.
Poco después de su
fundación, y bajo el mecenazgo de Doña Constanza, hija de Alfonso II, reina
consorte de Hungría y luego emperatriz de Alemania, se construyó la Sala Capitular , una
de las estancias más emblemáticas del monasterio. Tenía planta rectangular y de
grandes dimensiones, dividida por cinco arcos apuntados. Sus paredes y arcos
fueron decorados con escenas del Nuevo y del Antiguo Testamento, que la
convirtieron en una auténtica Biblia pictórica que explicaba la historia de la
humanidad desde el Pecado Original hasta la Salvación , y que fue
considerada como el conjunto pictórico de mayor calidad del siglo XIII en todo
el Occidente europeo. La
Capilla Sixtina de su tiempo.
Tiempo después,
siendo priora la infanta Doña Blanca (1321-1348), el convento se amplió, al
utilizarse como residencia real, construyéndose otra de sus estancias más
significativas: la Sala
Pintada , también llamada Salón del Trono, donde la priora o
los reyes recibían a los visitantes entre paredes adornadas con ostentosos
tapices y maravillosos muebles. Ambas salas, como el resto del monasterio, se
fueron enriqueciendo con retablos y tablas góticas, esculturas, sarcófagos,
relicarios, sillerías y otros objetos preciosos.
Todo aquello fue
decayendo lentamente a partir del siglo XV, pero al llegar el XIX las monjas
recibieron del Ministerio de Hacienda la orden de desalojar el monasterio, por
haber sido incautado por el Estado y vendido a unos particulares, que usaron
los locales como almacenes y cuadras, tras vender los tesoros al mejor postor.
Pero tras muchos años de pleitos las monjas recuperaron la propiedad del
monasterio, aunque fuera sin sus tesoros, y regresaron a él, momento en el que
se ejecutaron algunos trabajos de rehabilitación. El estado de la Sala Capitular , por
ejemplo, no era malo, según se deduce de la acuarela de Valentín Carderera del
año 1867. Ver imagen.
Termina el siglo
XIX y se pierden Cuba y Filipinas. Bajo la regencia de la reina María Cristina,
Sagasta y Silvela, con sus respectivos partidos, se reparten el pastel, mientras España se va al cuerno. El
monasterio de Sigena continúa en una situación favorable. Pero llegó el siglo
XX y aquella aparente tranquilidad no iba a poder mantenerse. En la España de entonces podía
ocurrir cualquier cosa, y en efecto ocurrió.
Continuará.
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